Ago 24

Gracias

Lo veo desde la ventana del molino. Se avecina tormenta. Lo sé por ese viento del suroeste que siempre la precede. O no. Lo del tiempo es como la vida. Uno se cree que ya conoce los síntomas que anuncian acontecimientos y se equivoca casi siempre.

Mi amiga Marian, que es meteoróloga, no estará de acuerdo conmigo. Pero casi todos los demás estarán de mi lado. Y como nunca sabemos cómo serán las cosas seguimos apostando. Igual sin necesidad (“y qué necesidad de meterte en un pollo así tienes tú” sic Cristóbal Real), O igual por auténtica necesidad (“si no lo haces, mucho más te costará el psiquiatra que tendrás que pagar” sic Enrique Bauluz). El caso es que por necesidad o por generosidad pusimos en marcha Vagamundos.

Y como dice el gran maestro Serrat, al que no me canso de citar porque cada vez me duele más la falta de mi amigo Juan Ramos que me lo mostró: “De vez en cuando la vida nos besa en la boca y a colores se despliega como un atlas”. Pasan cosas que solo se perciben algún tiempo después de haberlas vivido.

¿Qué pasa en un sitio remoto, pequeño, casi absurdo, de esa España que nada tiene que decir, cuando sin luz, después de una lluvia arruinadora, como un milagro salido solo de la ilusión de un equipo de voluntarios maravillosos (mis chicos y chicas) se eleva una pantalla hinchable de seis metros y comienza a proyectarse una historia de vida que ilumina la noche? Es como decía nuestro Aute,

Cine, cine, cine

Más cine por favor
Que todo en la vida es cine
Que todo en la vida es cine
Y los sueños
Cine son…

Contó Ignacio Ofícialdegui en su presentación del festival, la noche que vio la primera proyección de cine en un poblado de Zimbabue: magia pura. Solo estrellas y cine. Solo ojos en la oscuridad y cine. Solo magia y cine. Y actores que te cuentan como fue un rodaje o directores que bromean cuando recuerdan como fue el guion. O locutoras de Radio Nacional, o escritores o periodistas o pintoras u operadores de ochomiles.

La verdad, no sé muy bien como fue ni qué pasó. Yo estaba en trance, un poco sobrepasado. Como los novios el día de su boda, siendo los protagonistas, pero fuera de sitio. Todo paso junto a mí, pero por encima de mí. Ni en mis mejore sueños puede imaginar un grupo de voluntarios como los que hicieron posible Vagamundos. Gente joven, y no tanto, que con su esfuerzo y generosidad hicieron el milagro. Los espónsores que me creyeron, que me animaron y que además vinieron al cine a apoyar, los mejores. Las instituciones donde tenían que estar. La gente de La Puebla, tan discreta que solo la notas cuando la necesitas, gracias de nuevo. Y los que confiasteis en este disparate desde el principio, sin ninguna necesidad. No os puedo citar a todos, pero sabéis como de agradecido estoy.

Los que no creemos en casi nada tenemos un problema existencial a la hora de comprender cómo pueden pasarnos cosas así. Cómo puede haber tanta generosidad, tanta ilusión, tanta confianza y tanta y tanta gente a nuestro alrededor compartiendo un sueño tan complejo. Para mí todo hubiera sido genial como fue, perfecto.

Las dos primeras noches con lluvia, la última con Gerardo Olivares y con la fiestecita que se montaron los voluntarios hasta las cinco de la mañana. Todo perfecto.

Pero yo hace algún tiempo que sé leer más allá de los aspavientos de las celebraciones, igual porque he tenido muchas. El día de la despedida, muchos de los que habían dado todo esos días, incluido soportar mi temperamento, suplicaban a sus padres, que les habían ido a buscar, un día más en el Molino Centenera. Yo como siempre, despistado y haciéndome el tonto, lo escuchaba de extranjis con una satisfacción que solo podía disimular con esa alergia que me da de vez en cuando y qué me humedece los ojos. No lo podía creer, nadie se quería ir. Y yo no los quería soltar. ¿Qué había pasado?

Pero como todo, Vagamundos se acabó. Y ya forma parte de nuestros recuerdos calentitos. Al día siguiente yo enfermé. No puedo evitarlo, me contagio de las emociones. Pensé que podía ser Covid, pero la oportuna prueba me dijo que no, que las pasiones así producen fiebre, como la que yo tenía. Enfermo de emoción.

Y ahora, con el molino vacío por fin, viendo la tormenta que se forma sobre nuestros tomates y escuchando a los Secretos solo puedo deciros a todos, GRACIAS.

Ayúdame y te habré ayudado
Que hoy he soñado en otra vida
En otro mundo, pero a tu lado…

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