Siempre he intuido que las mujeres de las que me he rodeado han sido más listas y mucho más observadoras que yo.
Ahora que, de vez en cuando, tiendo a mirar hacia atrás, como dice el poeta, sin melancolía pero con un poco de nostalgia, lo veo claro.
Hay que ser muy observador para ver “cosas” en detalles que parecen intrascendentes.
Pienso en mis años mozos en los que uno intuye algunas cosas de la vida, pero aún no tiene ni idea de lo que le espera. Todos parecemos iguales pero los pequeños detalles marcan la diferencia.
En una de las cientos de noches de juerga y algarabía del Madrid de los ochenta (que ahora ya, a estas alturas, no se si existió realmente o nos lo hemos imaginado a fuerza de echarlo de menos) acabamos en casa de una reciente amiga que no era de nuestra pandilla de barrio periférico y provinciano de las afueras del Foro.
Esas cosas pasan cuando eres joven, se conoce gente sin importar demasiado ni de donde vienen ni a donde van.
Algo no cuadraba mucho. Era la primera vez que veía un piso que, además de las dimensiones, tenía alfombras y cuadros en el rellano del ascensor.
De hecho, en nuestro barrio la mayoría de casas no tenían ascensor.
Pero nuestra amiga era encantadora, estudiaba en la misma facultad, venía con nosotros a la montaña y, sin mucho esfuerzo, parecía una más de nuestro barrio.
Pero yo no conseguía disipar la sensación de que algo no era igual entre nosotros.
Hasta que un día, la que era entonces mi novia lo puso en palabras.
– Claro que es de familia bien, ¿no ves cómo come los sándwiches vegetales con cuchillo y tenedor sin que se le desmonten y sin dejar el plato y la mesa hechos un desastre?.
Era eso. Eso era el indicador de su diferencia de clase que estaba delante y no había sabido ver.
Los que nos habíamos educado merendando bocatas de chorizo Revilla no es que no supiéramos comernos un sandwich vegetal con cuchillo y tenedor, es que hasta algunos años después, no sabíamos ni lo que era.
Y no te digo ya, si le pones un huevo encima…
Mi exnovia tenía razón, es en los pequeños detalles donde mejor podemos encontrar el conocimiento profundo de las personas. Pero hay que saber verlo.
Y no es que me pase la vida reflexionando sobre la existencia o añorando mis mocedades desde este pequeño rincón del Pirineo.
Es que aquí, si aquí, en el fin del mundo, pasan cosas.
Y solo hay que estar preparado para disfrutarlas.
Hace unos días, en una reunión de artistas de lo más variopinta, en el postre, frente a mí, una chica desconocida hasta ese día, peló la naranja con cuchillo y tenedor.
Y como si de la magdalena de Proust se tratara, una inmensa ternura me lleno de recuerdos y nostalgias.
Gracias Ana por ese momento tan sugerente. Te debo una.
Y si pasan cosas así, cómo no íbamos a hacer un festival de cine.
Tenéis que venir a disfrutar del festival que con tanto esfuerzo y cariño hemos creado en este mágico espacio de naturaleza salvaje, donde unos se comen la naranjas con cuchillo y tenedor y otros la longaniza con las manos, pero todos rodeados de buen cine y personajes singulares que nos acompañarán un año más.
Ya podéis ver como será el Vagamundos Festival de este año y sacar las entradas o colaborar en
https://vagamundosfestival.org
Y, nunca lo había escrito, pero ahora que lo he hecho no os puedo hurtar el final de la noche en casa de nuestra amiga. Acabamos metiendo la alfombra del recibidor en el ascensor para enojo del portero que la recibió nueve pisos más abajo cuando se abrieron las puertas del ascensor.
Y suerte que, por aquello del portero, no acabamos llevándonos uno de los cuadros que decoraban las paredes.
Para que digan que la “movida madrileña” no existió.
Os esperamos en Vagamundos Festival.
Jul
02
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